El Ayuntamiento de Valladolid firmó ayer el contrato de alquiler de la antigua residencia de personas mayores San José en el Pinar de Antequera, lo que permitirá repartir a las 68 personas sin hogar que ahora llenan el Centro Integrado de Atención a la Dependencia del barrio de La Victoria. De esta manera, las personas que ahora comparten habitación, a razón de tres o cuatro por estancia, podrán cumplir las recomendaciones de las autoridades sanitarias acerca de las medidas de distancia de seguridad y no mantener a tanta gente en un pequeño espacio.
El equipo de Gobierno municipal trabajaba desde la semana pasada en la búsqueda de un lugar donde poder repartir los sin techo de la ciudad con contactos con organizaciones religiosas por si contaban con alguna instalación apropiada. Al final, se ha decantado por el alquiler de la antigua residencia San José, que actualmente estaba sin uso desde diciembre pasado cuando cerró tras casi 40 años de funcionamiento. La concejal de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Valladolid, Rafaela Romero, aseguró a la Agencia Ical que aún no disponen de las llaves del centro de personas mayores pero una vez que las tengan podrán visitar las instalaciones para ver el material que dispone y comprobar si es necesario llevar alguna cosa. “Queremos abrir ese lugar lo antes posible pero las fiestas de Semana Santa nos limitan mucho poder hacerlo estos días por lo que acometeremos el traslado de estas personas a lo largo de la próxima semana”, expuso.
Romero precisó que la firma del contrato de alquiler con el propietario del centro, con un coste económico, ha sido por un mes, por que es el tiempo que prevén para que se levante el confinamiento total de la población, una vez que el Gobierno central hable de un retorno paulatino y gradual a la actividad normal. La idea es que la antigua residencia de ancianos del Pinar de Antequera acoja a la mita de las personas sin hogar que ahora permanecen en el centro de la Victoria, que está completo. Es decir, que haya unos 35 usuarios en cada lugar.
Valladolid es la ciudad que más personas sin hogar acoge durante el estado de alarma. Si hasta ahora, el albergue municipal -ubicado en el paseo del Hospital Militar- contaba con 58 plazas, de las que casi nunca se compleban, desde hace dos semanas el Ayuntamiento ha habilitado un centro municipal en desuso, con capacidad para 68 personas, mientras que Cáritas Diocesana ha convertido un ala del Seminario Diocesano en albergue con 20 habitaciones para los sin techo con mayor deterioro.
En la actualidad, un total de 85 personas sin hogar ocupa alguna de las plazas que ofertan tanto el Consistorio vallisoletano (68 en el antiguo Centro Integrado de Atención a la Dependencia del barrio de La Victoria) como la organización de la iglesia (17 en el Seminario).
Rafaela Romero siempre ha defendido que, ante una situación de crisis sanitaria como la del coronavirus, estas personas requieren de una atención por dignidad, justicia y protección. «No pueden estar deambulando por las calles, con un riesgo de salud para ellos y para el resto de la población. Deben tener un lugar donde estar, como el resto de los ciudadanos, para combatir el coronavirus», subrayó.
Buena convivencia
Romero significó a Ical que, en los días que lleva en funcionamiento el centro, la convivencia es buena, aunque ha habido pequeños conflictos, fruto de los roces de la convivencia. «Han entendido que esa es su casa, aunque es provisional durante el tiempo que dure el estado de alarma, por lo que participan en tareas como la limpieza», explicó. Allí, permanecen todo el día, junto a los seis trabajadores de Cruz Roja y los monitores contratados de Clece, junto a un guardia de seguridad.
Tras los cierres temporales del albergue municipal y el comedor social, los sin techo de Valladolid que viven ahora en el centro de La Victoria también comen allí pero también acude una veintena de personas que vive en infraviviendas y pensiones en busca de bolsas de comida.
La edil expuso que el confinamiento de estas personas sin hogar en un centro municipal permite trabajar con ellos y educarles en “invertir” el tiempo de “otra manera”, más allá de estar en la calle. Además, permite realizar un control de la medicación que deben tomar, ya que muchos tienen problemas de salud, con enfermedades físicas y psíquicas.